le blog casadaspalmadas
Katy llegó a casa. Estaba cansada. Había tenido una durísima jornada de trabajo, y además había dormido muy poco la noche anterior. Había estado hablando hasta muy tarde por teléfono con Bernardo.
Cuando él tenía que salir de viaje, ella prefería los días así; con mucho trabajo, con mucha actividad. Se le pasaban más deprisa. Por las noches hablaban durante horas por teléfono. Se sentían muy cerca el uno del otro a pesar de la gran distancia que les separaba.
Katy tenía ganas de verle. No resistía estar demasiado tiempo separada de él. Afortunadamente, ya quedaba poco. Él volvía al día siguiente.
Como le había prometido, le llamó en cuanto llego a casa.
- “¿Estas cansada?” Preguntó Bernardo.
- “Si, mucho” Respondió Katy.
- “Vete a la cama y duerme”
- “Quería escribirte antes de acostarme”
Katy tenía la costumbre, cada vez que Bernardo salía de viaje, de escribirle antes de acostarse. Eran cartas tiernas, llenas de amor. A Bernardo le encantaban aquellas cartas. Todas las mañanas, al despertarse, saltaba sobre el ordenador para abrir el correo. Pero esa noche sabía que Katy estaba cansada.
- “Déjalo Katy, no me escribas. Estás muy cansada. Vete a la cama y duerme. Quiero verte en forma cuando regrese mañana.”
Katy se acostó, pero en su cabeza bullían mil cosas que habría querido decirle a su amor. Se levantó, se sentó frente al ordenador, y le escribió una corta pero preciosa carta de amor.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, él la llamó al trabajo.
- “¿Has dormido bien?”
Ella esperaba algún reproche, pero él no le dijo nada.
- “Sí, he dormido bien” contestó. Hizo una pausa:
- “Anoche te desobedecí”, añadió.
- “¿Me desobedeciste?... ¿Qué has hecho Katy?” Preguntó con voz severa.
- “Te escribí. ¿No has visto la carta?”
Bernardo no esperaba encontrar una carta de ella aquella mañana, así que no había encendido aún el ordenador.
- “Bueno señorita, esta noche arreglaremos eso”
Un cuarto de hora después la volvió a llamar. Con voz visiblemente emocionada le dijo:
- “Gracias por tu carta, me ha encantado, pero sabes que mereces un castigo por haberme escrito cuando te dije que no lo hicieras. Prepárate, arreglaremos eso esta noche”
Él sabía el efecto que esas palabras causaban en ella. La imaginaba palideciendo, el corazón acelerado, latiendo muy deprisa y un nudo en el estómago. No esperaba respuesta por su parte, porque sabía que ella se quedaba sin habla cada vez que él le anunciaba que la iba a castigar.
Ella fue a recogerle al aeropuerto. Llegaron a casa. Hablaron de muchísimas cosas, de todo lo que había visto él, de todo lo que había hecho ella, de lo que se habían echado de menos. Hicieron el amor hasta caer agotados uno al lado del otro. Estaban enlazados, la cabeza de ella reposaba en el pecho de él, y él le acariciaba la espalda. Katy estaba a punto de quedarse dormida cuando oyó que Bernardo le decía:
- “Tenemos un asunto pendiente ¿recuerdas?”
Un sudor frío recorrió su espalda, el corazón le dio un vuelco, pero no dijo nada.
Bernardo no esperaba respuesta. La conocía, sabía que no podía responder. Hizo una pausa y luego continuó:
- “Hemos quedado en comer juntos mañana ¿No es así?”
Katy asintió.
- ”Bien, entonces mañana irás a trabajar vestida con tu uniforme de colegiala. Te pondrás los pantys pero no llevarás bragas”
Katy tembló. Conocía esa sensación. No era la primera vez que Bernardo iniciaba un castigo así. Odiaba que la hiciera ir sin bragas a trabajar. Se sentía incómoda, insegura, no podía concentrarse en el trabajo. No podía olvidar ni por un segundo lo que le ocurriría al llegar a casa. Ella ocupaba un alto puesto en su empresa y necesitaba una gran concentración y libertad de movimientos. Recibía numerosas visitas a lo largo del día, salía fuera de la oficina a hacer visitas ella también, tenía que tomar decisiones importantes y su mente debía estar siempre ágil y despejada. Cuando él la obligaba a ir en esas condiciones la anulaba completamente. No podía dejar de pensar en él y en lo que le iba a suceder después.
Bernardo sabía eso. Para él tampoco era fácil pasar el día imaginándola en ese estado de ansiedad, vestida con la ropa que a él más le excitaba y sin nada debajo de los pantys. Eran sensaciones fuertes, muy fuertes. Las horas se hacían eternas. La llamaba constantemente a lo largo de la mañana. Algunas veces hablaban largo rato y se contaban ambos las sensaciones; otras veces sólo le decía “faltan .... horas ¿estás preparada?” y colgaba. Y en otras ocasiones dejaba sonar el teléfono dos veces y colgaba sin darle tiempo a ella a contestar. Su número quedaba reflejado en la pantalla líquida del móvil de ella. Sin necesidad de descolgar, ella sabía que era él.
La mañana fue terrible. Desde que llegó al trabajo Katy deseaba que llegase la hora de terminar. Las horas no pasaban y la ansiedad aumentaba por momentos. ¡Por fin acabó la mañana!.
Katy se fue rápidamente a casa. Bernardo la esperaba.
La abrazó y la besó :
- “Buena chica. Lo has hecho muy bien, pero sabes que a pesar de todo, tengo que castigarte severamente por haberme desobedecido”
Katy asintió. Sabía perfectamente lo que significaba “severamente”.
- “Tráeme el cinturón” le dijo Bernardo.
Katy se dirigió al dormitorio, cogió el cinturón marrón que él guardaba en el armario. Era un cinturón de cuero largo y ancho que utilizaba exclusivamente para azotarla cuando ella se portaba mal. Le llevó el cinturón a Bernardo.
Él la abrazó tiernamente y la besó. La condujo hacia la mesa y la reclinó con el pecho bien apoyado en ella. Le subió la falda y se la recogió en la cintura, le bajó los pantys hasta las rodillas. Pasó sus manos por las nalgas de ella y la hizo inclinarse aún más, de manera que su trasero quedase bien en evidencia. Pasó suavemente el cinturón por sus nalgas, despacio, para que ella lo sintiera bien. Se alejó unos pasos, dobló el cinturón por la mitad y empezó a azotarla con golpes fuertes y no muy rápidos. Repartió los azotes por toda la superficie de su trasero que iba acusando las marcas rojas que dejaba cada azote.
Tras 20 azotes fuertes, Bernardo paró, se acercó a ella, le acarició las nalgas que estaban ardiendo. La incorporó y volvió a besarla. Al oído le susurró:
- “Te quiero. Estoy loco por ti, pero sabes que el castigo aún no ha terminado”.
Katy lo sabía. Sabía que le esperaba un largo castigo que no había hecho más que empezar.
Bernardo la condujo la cuarto de baño. La desnudó entera y se desnudó él también. Preparó un baño caliente con mucha espuma. Se bañaron juntos. Se acariciaron, jugaron, se hicieron mil arrumacos. El salió del agua, se secó y se marchó del cuarto de baño. Ella sabía que debía permanecer quieta hasta que él se lo ordenase. Bernardo volvió unos minutos más tarde con una cuerda y con la vara.
Katy temblaba, un escalofrío recorrió su cuerpo dejándola paralizada.
La hizo levantarse, le ató las manos y pasó la cuerda por el soporte de la ducha. La sacó de la bañera. En esa posición sus pies apenas rozaban el suelo, y la presencia de la bañera la obligaba a mantenerse inclinada, con las nalgas bien expuestas. Sin secarla, le dijo:
- “Vas a recibir 20 azotes con la vara. Quiero que los cuentes, uno a uno, con voz alta y clara. No grites. Por cada grito que des, recibirás un azote más”
Volvió a besarla y se alejó.
Tomó impulso y con todas sus fuerzas dirigió la vara justo en el centro de las nalgas. Ella sintió un tremendo dolor que se iba expandiendo por todo el cuerpo. Contó el primer azote y procuró no gritar.
Uno a uno los azotes se fueron sucediendo, fuertes, lentos, espaciados para que ella pudiera sentirlos bien.
A partir del número 15 ya no podía más. Sus nalgas estaban ardiendo. No pudo ahogar el grito que salió de su garganta. Gritó en 5 ocasiones, lo que le valió 5 azotes más.
Bernardo paró, se acercó a ella, la metió nuevamente en la bañera y la desató. Pasó la ducha tibia por todo su cuerpo para quitarle los restos de espuma y dejó correr el agua, enfriándola un poco, por sus nalgas, aliviando así el dolor.
La sacó de la bañera y la secó. La abrazó, se apretó contra ella. Ella notó su excitación y su deseo. La tomó en sus brazos y la llevó a la habitación. Se sentó en la cama y la sentó sobre sus rodillas. Besándola y acariciándola le susurró.
- “Queda la última parte ¿Crees que aguantarás?”
Ella asintió.
La giró y la colocó boca abajo, atravesada sobre sus rodillas. Ambos estaban desnudos. Sus intimidades se rozaban.
Con la mano izquierda Bernardo le sujetaba la espalda, con la derecha le acariciaba las nalgas, la espalda, las piernas, entre las piernas. Cuando ella menos se lo esperaba, empezó a descargar una lluvia de azotes rápidos y fuertes sobre cada nalga. Ella se movía con cada azote, y a cada movimiento se rozaban sus partes íntimas. Ambos estaban muy, muy excitados. El, sin dejar de azotarla con la mano derecha, le acariciaba la entrepierna con la izquierda. Sabía que estaba ya muy cerca el momento que tanto deseaba. ¡Y llegó por fin! Ella explotó, con ese estallido intenso, violento y salvaje que enloquecía tanto Bernardo y que anunciaba el fin del castigo y el principio de una larga y salvaje noche de amor.
FIN
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