le blog casadaspalmadas
Cuando tenía 18 años, visité por primera vez Granada. Me sobrecogió, francamente. Sobre todo la Alhamabra.
Recuerdo que mientras la recorría lentamente (mandé a mi familia a comer por ahí cerca mientras yo me quedaba embelesada mirando cada rincón), me vinieron a la mente locas fantasías románticas de spankee adolescente.
Una de ellas, con la que soñé durante mucho tiempo transcurría en la Sala de los Abencerrajes, y en el mirador de Daraxa que da al jardín del patio de los leones.
Tengo una foto en el mirador de Daraxa. Es una foto al contraluz del atardecer. Estoy en el mirador de Daraxa y se ve el hermosísimo jardín del Patio de los Leones.
Es una foto de cuando tenía 18 años, y pertenece al patrimonio familiar. Si consigo sustraerla sin que nadie se de cuenta y hacerme con ella, os la escanearé para que os hagáis una idea (los que no conocéis la Alhamabra) y os situéis en esta fantasía que voy a relatar, y que hoy, a raíz de una propuesta (indecente) que me han hecho de pasar este fin de semana en Granada, ha vuelto a resucitar en mi mente.
La fantasía es ñoña y excesivamente romántica como corresponde a una niña de 18 años, pero os la voy a transcribir tal cual la soñé. Los datos históricos andan un poco mezclados, y no se corresponden con los reales. En esta fantasía mía se entremezclan ingredientes diversos junto con la historia real, tal vez de algún libro que leí, alguna película que vi..., y por encima de todo, el sobrecogedor ambiente que se respira en la Alhambra y que te transporta en el túnel del tiempo, a ritmo de darbukas a las mil y una noches.
Había jurado que no se doblegaría. Le daba igual todo lo que le pudieran hacer. Si tenía que morir, que fuese con honor. No se doblegaría ante el infiel.
No se sometió cuando la capturaron en aquella emboscada.
Hija de nobles, se había educado en la rectísima norma de que el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios. El HONOR, la HONRA, y el odio hacia el infiel.
Las relaciones de convivencia no eran fáciles en aquella Granada de fines de la Edad Media, en donde judíos, árabes y cristianos se disputaban la supremacía del territorio.
Ella había crecido en el castillo, junto a sus padres, junto al Rey. En el odio a los árabes, en el odio a los judíos. En el odio, en definitiva, a todo lo que no fuera cristiano o se apartara de esa norma.
Y ahora se encontraba allí, secuestrada por el enemigo infiel, cautiva, esclava.
Mientras la llevaban encadenada a la Alhambra, juró que no se rendiría, que no se doblegaría.
Fue desafiante durante el trayecto. Sabía que lo pagaría caro, pero ya le daba igual. Estaba preparada para morir como una mártir. Lo había aceptado, lo había asumido. Tenía miedo, claro que sí, pero no se echaría atrás.
Durante el trayecto no la tocaron. Le decían cosas que ella no entendía pero que por el tono sabía que eran amenazas.
Llegaron a la Alhambra.
Encadenada la condujeron, a través de un hermosísimo jardín que parecía casi un paraíso a una sala grande, espaciosa, con una fuente en el centro. Repleta de mocárabes y azulejos policromados, una inmensa bóveda artesonada cubría aquella sala rodeada de columnas.
Temblaba de miedo. No sabía qué le deparaba el destino, pero sabía que nada bueno.
La ataron a una columna. Ataron sus manos juntas y las subieron por encima de su cabeza. Le quitaron las cadenas de los pies y se los ataron separados a ambos lados de una barra de hierro.
Ella quedaba frente a la columna y de espaldas a la sala.
Sintió cómo le arrancaban la ropa de un tirón, dejando su espalda desnuda, mientras oía en español a un infiel decirle:
"Veremos si ahora eres tan valiente"
Sabía lo que le iba a pasar
Temblaba de miedo...Se encomendó a Dios.
Alguien entró en la sala. No podía verle, pero podía sentir lo que pasaba.
Ella seguía atada. Esperando y deseando que todo acabase cuanto antes, pero no pasaba nada.
Ella no lo sabía pero en la sala había entrado el Príncipe.
Conocedor de la noticia de la captura de la hija de Don Julián, el Príncipe se había apresurado a ver a la cristiana, que sería la mejor moneda de cambio para presionar a los cristianos en su ¿rendición?.
El príncipe la miró despacio e hizo una seña al verdugo que, látigo en mano, iba a empezar el castigo, de que la soltara. Ordenó que la llevaran a sus aposentos y se retiró.
Mientras la conducían al harén para ser lavada y perfumada, lloraba su desgracia pensando que ahora sería peor.
El Príncipe se había encaprichado de ella, y ella no se iba a doblegar.
Hubiera preferido que la azotaran hasta matarla y así no tener que pasar por una segura violación.
Lloraba amargamente su suerte, sabía que la violarían y que luego la azotarían hasta matarla..
El príncipe podría tener su cuerpo arrancando por la fuerza su honra y su virtud, pero jamás, jamás, jamás, tendría su alma ni su sumisión.
La lavaron en una bañera de agua caliente y la perfumaron con esencia de pétalos de rosas.
La vistieron como una de ellas, con los sarawales transparentes de voluptuoso tul bordado de perlas y brillantes.
El vientre al aire y la parte de arriba cubierta con velos blancos que tapaban sus pechos apenas.
No le taparon la cara y dejaron su rubia melena suelta sobre su cintura.
La condujeron a los aposentos del Príncipe.
El la esperaba.
El Príncipe hizo una seña a los guardias para que se marcharan y los dejaran solos.
Ella temblaba.
El príncipe se acercó despacio.
Lejos de acobardarse, ella sacó toda la fuerza de la rabia que da la insensatez de los 18 años, y mirando desafiante a los ojos del Príncipe, casi le gritó:
-"Podrás tener mi cuerpo por la fuerza. Podrás violarme, podrás matarme, pero nunca tendrás mi alma. Nunca tendrás ni mi respeto ni mi sumisión"
El Príncipe la miró larga y profundamente, con sus penetrantes ojos negros.
Ella se turbó con esa mirada...Algo en esa mirada la inquietaba, la sobrecogía, le turbaba...
Tras un largo silencio, con la calma y la tranquilidad que da la sabiduría de los más de 40 años de él, le dijo con tono severo pero tranquilo, calmado...
"¿Y a ti quién te ha dicho que te quiero poseer? Tengo todas las mujeres que quiero ¿Por qué crees que me importas tú? Debo cuidarte, eres la hija de Don Julián, y el Rey estará dispuesto a ceder en unos cuantos puntos a cambio de ti. Y si te devuelvo sana y salva, aún podré obtener más. Eres mi moneda de cambio. Ese es el único interés que tengo por ti"
Se quedó paralizada. Sus blancas mejillas se sonrojaron visiblemente y sin poder evitar que él viera su turbación. !Qué vergüenza Dios mío! Aquello había sido un duro golpe a su orgullo. Aquellas palabras le hicieron más daño que todos los latigazos que el verdugo hubiera podido darle horas antes, cuando estaba encadenada.
Bajó la cabeza. No se atrevía a mirar al Príncipe a los ojos.
Se sentía turbada, estúpida, dolida en su orgullo más íntimo, derrotada....
"Mientras negocio con tu tío el Rey y con tu padre tu rescate, vivirás en el harén, con las concubinas. Serás tratada con respeto y gozarás de cierta libertad y de los privilegios de lo que eres: una gran dama. Pero todas las noches, al oscurecer, cruzarás el Patio de los Leones para venir hasta aquí. Lo harás tú sola, sin que nadie te acompañe. Daré las órdenes oportunas para que te dejen pasar. Quiero verte todos los días y saber que estás bien, y en buena salud. Eres demasiado valiosa como para arriesgarme a que enfermes o te pase algo. ¿Lo entendiste bien?"
Ella bajó los ojos. No se atrevía a mirarle. Se sentía cada vez más turbada, más avergonzada.
El Príncipe llamó a un guardia y le dio las órdenes oportunas.
"Ahora vete. Hasta mañana"
Ella no se atrevió ni a contestar.
La vida del harén era pacífica. Ella gozaba de muchos privilegios y las concubinas la trataban bien. Jamás pudo entender eso... Ella no podría aceptar nunca que su marido tuviera otras mujeres y no podía además entender que esas mujeres entre ellas se llevasen bien.
Eran amables con ella. Le contaban cosas increíbles, le enseñaron a tocar la darbuka, le enseñaron a bailar con el vientre.
Poco a poco fue descubriendo una cultura rica y diferente que jamás habría imaginado.
Se empezó a encariñar con todas ellas y se sentía bien.
Su odio al infiel se fue trucando en respeto hacia personas que no eran ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
Cada noche iba a ver al Príncipe.
El la recibía muy fríamente. La hacía tomar asiento frente a él, hacía que les sirviesen té con hierbabuena que olía de maravilla y que los sirvientes escanciaban desde una altura impresionante al vaso sin derramar una gota.
El Príncipe le hacía algunas preguntas, casi sin mirarla, y tras asegurarse que estaba bien, le decía que se marchase.
Los primeros días, aún avergonzada por el suceso del primer encuentro, ella no se atrevía casi a hablar, pero luego, poco a poco empezó a tener un poco más de confianza en sí misma y hablaba. Le contaba sus progresos, lo que había aprendido. En poco tiempo había aprendido lo básico del idioma, había aprendido cosas acerca de su religión, de Alá, del Corán, había aprendido a hacer té y pastas con moras. Ella se lo relataba orgullosa para que él hiciese algún gesto de aprobación.
Pero el Príncipe seguía impasible, sin mirarla apenas. Sin interesarse por nada que no fuera su salud física. No veía en ella más que una valiosa moneda de cambio y lo demás le daba igual.
Ella se esforzaba cada día por aprender, por integrarse, en definitiva, por llamar su atención.
Cada tarde, cuando abandonaba la estancia del Príncipe y atravesaba el maravilloso jardín del Patio de Los Leones, lloraba... Lloraba ante su fracaso de conseguir que él se fijase en ella, no tenía muy claro si él la había escuchado cuando le decía y le demostraba todo lo que había aprendido ese día... Ella se afanaba más y más en llamar su atención y a él ni le importaba lo más mínimo nada que no fuera su salud.
Enamorada, sintiéndose rechazada, herida en lo más profundo de su orgullo de mujer, juró vengarse de tanta indiferencia.. ¿Su salud era lo que importaba? ¿Ella era un codiciado tesoro para chantajear a tu padre y a su tío el Rey?
Cuando la apresaron había asumido que sería una mártir, y lo sería.
Gozaba de mucha libertad de movimiento.
Cuando atravesaba el jardín del patio de los leones aquella noche, con los ojos repletos de lágrimas como todas las noches por su indiferencia, en lugar de dirigirse directamente al harén fue a la cocina. Allí, hablando con los cocineros tomó sin que la viesen una afilada daga y se rajó la muñeca izquierda cortándose las venas.
No sabía donde estaba cuando despertó.
Oyó al Príncipe preocupado dando órdenes al médico de la Corte.
Recordó...
Estaba en los aposentos del Príncipe, en su lecho..
Él estaba preocupado.. Muy preocupado.
Sonrió triunfal... Al menos había conseguido llamar su atención.
El Príncipe se dio cuenta de que ella abría los ojos.
Se acercó a ella y con la mirada severa, pero con ese no se qué que tanto la turbaba, le dijo muy serio:
"Si sales de esta, cuando estés fuerte y en condiciones, lo pagarás"
Se volvió a desmayar.
Los cuidados del médico de la corte, de las concubinas, de los sirvientes y los del propio príncipe, hicieron que saliese de esa con vida.
Seguía "hospitalizada" en los aposentos reales. El príncipe no se separaba de ella. Atendía los asuntos de estado allí, comía allí. No se movía de su lado.
Su recuperación iba mejor cada día.
Cuando ya estuvo curada del todo y bien fuerte, el Príncipe la volvió a mandar al harén.
Ella, por orden del Príncipe, ya no iba cada atardecer a los aposentos reales. Ahora no podía salir del harén sin vigilancia.
Un día el Príncipe la mandó llamar.
Esta vez recorrió el jardín del Patio de los Leones acompañada y vigilada por dos guardias que la acompañaron desde el harén hasta los aposentos reales.
Cuando entró, vio que el Príncipe no estaba solo. Una de las concubinas estaba con él.
Ella llevaba en la mano una fusta. Mango de madera y tira de cuero de unos 3 cms de ancho, de color claro con pespuntes en cuero rojo.
La fusta, de unos 10 cm de largo, era rectangular y su terminación en forma de triángulo.
Sabía lo que le esperaba.
Sin mediar palabra, la concubina la tomó de los brazos y la ató al doncel de la cama. En la misma postura que, hacía muchas lunas ya, estuviera ella el día que le conoció.
La concubina desnudó su espalda, pero el Príncipe le hizo un gesto para que se detuviese..
"No.. Solo las nalgas"
Se quedó de piedra.. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo..Quiso gritar, pero sabía que era inútil
Se sentía avergonzada. Tendría que mostrarle las nalgas desnudas a él, precisamente a él, en aquella postura tan humillante. Se mordió los labios y lloró de rabia.
La concubina bajó los lindos pantalones de seda rosa con que iba vestida hasta los tobillos, descubriendo unas nalgas blanquísimas, y una piel suave y fina..
El Príncipe le dijo a la concubina
"Maneja bien la fusta, no le dejes marcas"
La concubina se alejó como unos 7 pasos y tomando impulso impactó con fuerza la fusta en ambas nalgas. Una marca roja quedó señalada cruzando ambas nalgas. Luego vino otro golpe, y otro, en el centro de las nalgas, en la parte superior de los muslos, en la parte inferior de la espalda, en la zona de unión entre muslos y nalgas.
Dolía, escocía. Había jurado que no gritaría y no gritó.
No sabía si sentía más herida en las nalgas que en el corazón, que en el orgullo.
Las lágrimas empezaban a resbalar por sus mejillas. Tenía sangre en los labios de mordérselos para no gritar. Ardía. Quería gritar BASTA!, pero no lo haría. Aguantaría hasta el final. No le mostraría debilidad!!
El silencio del atardecer sólo se veía interrumpido por el sonido del impacto del cuero en la fina piel.
La luna llena entraba por la ventana iluminando con su plateada luz toda la escena.
El Príncipe, detrás de ella, miraba.. Miraba cómo impactaban los golpes en aquellas hermosas nalgas, miraba cómo iban cambiando de color, del blanquísimo marfil inicial al rojo púrpura, pasando por todos los tonos de rosas y rojos posibles. Miraba cómo se estremecía, miraba su cuerpo contornearse a cada nuevo golpe.
Si ella hubiese podido mirar su cara, sus ojos, su expresión, habría comprendido...Seguro que habría entendido..
Pero estaba de espaldas. Ella le imaginaba mirándola impasible, con su típica frialdad que no dejaba traslucir ni el más mínimo sentimiento.
Cuando el Príncipe calculó que ella ya no aguantaría más y podría perder el conocimiento, ordenó parar a la concubina. Se acercó a ella por detrás.
Tocó sus nalgas. Se las acarició, pasó sus dedos por las marcas. Ella se estremecía. Toda su piel se erizaba.Él le apretó las nalgas.. Ella entonces gritó.
¿Has aprendido la lección? Te quiero SANA..¿Lo has entendido? Un gesto muy lindo el de dar tu vida por tu Rey y tu pueblo. Los Cristianos sois especialistas en esas tonterías. ¿Mártires los llamáis? ¿Es eso lo que quieres ser?...
Ella, ya en el límite de sus fuerzas, con los ojos llenos de lágrimas, por primera vez desde aquél su primer encuentro, se atrevió a mirarle de nuevo desafiante a los ojos y le dijo..
"Al menos he conseguido llamar tu atención"
La severidad de la mirada de el Príncipe se trucó en inmensa ternura. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios. Ordenó a la concubina que se retirase y los dejase solos..
Mientras la desataba le dijo
"Así que era eso?? Estabas furiosa porque no me fijaba en ti"
Ella bajó la mirada.
El le levantó la barbilla con los dedos y la obligó a mirarle.
"Eso también lo vamos a arreglar ahora mocosa. Tú me juraste que podría tener tu cuerpo por la fuerza, pero que nunca podría tenerte a ti. Yo no quería tu cuerpo por la fuerza, habría sido muy fácil. Quería todo tu ser"
Ella empezó a llorar desconsoladamente. Él la desató, se sentó en la cama, la tumbó sobre sus rodillas boca abajo, y en las ya purpúreas y ardientes nalgas, empezó a administrarle azotes rítmicos con la mano derecha, mientras que con la izquierda la acariciaba dulcemente. Acariciaba sus muslos, y al llegar a su tesoro escondido, descubrió con infinita satisfacción que estaba en las condiciones más óptimas para apoderárselo, hacerlo suyo sin utilizar la fuerza, ni la violencia.....
Snif snif snif