(Krenee31@yahoo.es)
 
 
 

He vuelto a soñar contigo.

Una noche más a tu lado, en mis sueños.

Me hiciste feliz anoche, una vez más, una noche más, en mis sueños....

No fue en realidad un sueño.. fue un recuerdo. El recuerdo de algo que vivimos juntos y que en aquél entonces fue como un sueño, y que hoy sólo es el sueño de un recuerdo.

Cuando estoy enferma siempre sueño con el mismo recuerdo. Siempre recuerdo el mismo sueño.

Aquellos días maravillosos que pasamos juntos en París, en tu casa, en aquella ocasión en la que yo disponía de unos días de vacaciones, pero tú tenías mucho trabajo, y para colmo yo estaba enferma, con una terrible gripe y con fiebre alta, pero a pesar de esos inconvenientes y de que nos íbamos a ver muy poco por el exceso de trabajo que tenías en ese momento, decidimos encontrarnos de todas formas. Ambos deseábamos estar juntos, aunque sólo fuera un ratito por la noche y aunque tú llegaras agotado a casa y yo estuviera enferma.

Fuiste a buscarme al aeropuerto y me llevaste a casa.

Te llevaste un disgusto cuando me viste llegar ¿lo recuerdas?. Sabías que estaba enferma pero yo no te había dicho que estaba tan mal..

- "Si llego a saber que estabas en ese estado, no te dejo venir. Ahora mismo vamos a casa y te vas a meter en la cama"

Me obligaste a comer, vigilaste que me tomara las medicinas y me acostaste en la cama como si yo fuera una niña pequeña y tú el papá que me cuidaba.

Dejaste tu móvil cerca de mí, en la mesilla de noche y tú te llevaste el de la empresa.

-"Te estaré llamando todo el tiempo para ver cómo sigues"

Me llamabas cada 15 minutos y me enviabas mensajes sin parar.

A pesar del estrés que estabas pasando en el trabajo, cada una de tus llamadas, cada uno de tus mensajes, estaban llenos de dulzura, de ternura. Me hacías saber y sentir cuánto me querías, cuánto me deseabas, y yo me sentía la mujer más amada, más deseada sobre la faz de la tierra.

Los asuntos en tu trabajo se complicaban y no podías volver a casa que era lo que en realidad estabas deseando. Eso te ponía de mal humor, y yo intentaba tranquilizarte. No quería que estuvieras preocupado por nada, y menos por mí. Yo estaba bien.
Te esperaba. Quería estar despierta para oírte llegar. Saltar de la cama en cuanto oyera el ruido del coche entrar en el jardín y el de la puerta metálica del garaje. Saltar de la cama y correr a la entrada de la casa , y esperar a que metieras la llave y abrieras la puerta para saltar sobre ti y colgarme de tu cuello.

Pero tú no podías venir. Tardabas. Y al final la fiebre y el cansancio pudieron conmigo y me quedé dormida.

No respondí el último mensaje que me enviaste al móvil, y por ello supiste que me había dormido.

No sé qué hora era cuando llegaste. No te oí . No estaba en la puerta para saltar a tu cuello.

Despacio y sin hacer ruido para no despertarme te acercaste a mí, tocaste mi frente que estaba ardiendo, la besaste con suavidad. Desperté. Abrí los ojos y te vi allí, junto a mí. Te sonreí y rodeé tu cuello con mis brazos. Nos besamos.

Me acariciabas suavemente y yo deseaba que retiraras las sábanas que me cubrían para que pudieras ver que, a pesar de la fiebre, había ido al cajón de las sorpresas, y había descubierto el regalo que me tenías preparado y que no me habías dado, pero que yo conocía porque me lo habías dicho cuando lo compraste. Era un conjunto de lencería negra de seda y encaje. Lo llevaba puesto para que me vieras con él cuando llegases.

Por fin retiraste las sábanas y me viste como deseabas verme. Sonreíste y descubrí en tus ojos un destello que yo conocía muy bien.

Sabía que me deseabas, pero tenías miedo. Estaba enferma y tú no querías forzar.

Volví a rodearte con mis brazos y te di a entender sin necesidad de palabras que yo también te deseaba y que no importaba la fiebre.

Volvimos a besarnos y la pasión fue subiendo en cada beso, en cada caricia.

Te quité la corbata, la chaqueta y la camisa.

Te levantaste de la cama y terminaste de desnudarte.

Diste un tirón a las sábanas y las echaste por el suelo.. Ahora podías verme mejor. Con tu regalo puesto. Con aquél body negro de seda y encaje y el sujetador negro transparente que no tapaba nada, y los finos tirantes con perlitas.

Llevaba también finas medias de seda con liga. Sabía que eso te volvía loco, y ese era precisamente mi objetivo: hacerte enloquecer.

Te quedaste mirándome mucho rato así. Estabas de pié junto a mí, y yo estaba acostada en la cama.

Sentía tu mirada posarse sobre cada milímetro de mi cuerpo. Sentía tu mirada como si me tocara, como si me acariciara.

Te sentaste junto a mí en la cama. Cogiste mis manos en las tuyas y levantándome los brazos viniste sobre mí.

Me cubrió tu silencio lleno de besos, amor, ternura y deseo.

Pasabas tu boca por todo mi cuerpo y me desnudaste arrancándome el body con los dientes.

Tu boca me recorría entera y me hiciste gritar en varias ocasiones, cuando sentía tu lengua sobre mis zonas más sensibles.

Mi boca también recorría cada pliegue de tu piel. Entrabas y salías de mí haciéndome enloquecer.

Rompiste tu silencio cuando me susurraste suavemente al oído que tenías unas ganas locas de azotarme. Luego dudaste

- " Quizás estés muy débil y debamos dejarlo para otra ocasión. No quiero abusar"

Te sonreí:

- "Hazlo mi amor. Yo también lo deseo".

Así, sin motivo. Sin juego. Sin rol play. Sin puesta en escena. Sin excusas. Sólo por el placer de realizar algo que nos gusta a los dos y que ambos deseamos.

Te sentaste en el borde de la cama y yo tomé posición tumbada boca abajo sobre tus rodillas.

Empezaste a azotarme despacio. Un azote en cada nalga, en crucero.

Mis nalgas iban enrojeciendo y tu excitación crecía a medida que el rojo se iba haciendo más intenso.

Ya no pensabas en mi debilidad, en mi fiebre.

El ritmo de los azotes se aceleraba, cada vez eran más fuertes, cada vez más rápido.

Sentía tu mano caer sobre mis nalgas que ya empezaban a acusar el dolor de tantos azotes seguidos.

Sentía, sin poder verlo, cómo vibraban mis nalgas bajo tus palmadas...

¿Cuantos fueron? ¿cincuenta? ¿sesenta? No los conté.

Empezaste a acariciar mi entrepierna con tu mano izquierda mientras que seguías azotándome con la derecha.

Yo ardía y no era sólo por el efecto de la fiebre. Mi respiración se entrecortaba y sentía que iba a estallar una vez más. Ya me habías hecho estallar tres o cuatro veces desde que empezamos a besarnos esa noche.

Contigo, contigo mi amor, estallar era muy fácil. Cada estallido dejaba mi sensibilidad preparada para que el siguiente viniera más rápido.

Tú adorabas verme estallar así, una y otra vez, estallidos violentos, salvajes. Te volvías loco y perdías la cabeza y el control, y en más de una ocasión sólo lo recuperabas cuando yo ya me había desmayado, y entonces te arrepentías de ser tan bruto, y te entraba complejo de culpabilidad.

Yo nunca dije "stop" a nada. Nunca te dije que no a ninguna de tus locuras. Nunca puse un freno a tu pasión y a tus deseos, y cuando el resultado era mi desmayo, me reñías por no haberte parado a tiempo. Pero yo no quería pararte. Yo sabía cómo hacerte perder la cabeza, y siempre intentaba volverte más loco, y descubrir cuál era el límite de tu pasión.

Seguías azotándome con tu mano derecha. Yo sentía el dolor mezclado con la suavidad y el fuego que provocaban en mí las caricias de tu mano izquierda en mi entrepierna.

Todas esas sensaciones juntas, Era como una olla exprés en la que se mezclaban todos los sentimientos, la exaltación de las sensaciones más opuestas. cocinándose juntas bajo una presión de miles de grados y que no tardaría en estallar.

Yo notaba también tu tensión, tu calor. Tu sexo acariciaba mi vientre. Lo sentía cada vez que mi cuerpo se movía como respuesta a tus azotes. Me estremecía y ese estremecimiento provocaba roces en tu sexo, y esos roces aumentaban tu pasión. Sentía tu respiración entrecortarse. El deseo te devoraba como a mí, pero tú lo alargabas. Alargabas el momento para disfrutar más. Para llegar al éxtasis sólo cuando ya no podías, no podíamos, más.

Volví a estallar sobre tus rodillas. Me giraste. Quedé sentada sobre ti mi cara frente a tu cara. Nos volvimos a besar apasionadamente. Me tumbaste en la cama. Nuevamente viniste sobre mí. Volvimos a recorrernos con las manos, con la boca. Ardíamos en deseos, nos abrasábamos en el fuego de nuestra pasión.

Con dulzura, con delicadeza, me giraste de nuevo y quedé tumbada boca abajo sobre la cama. Pusiste ambos almohadones debajo de mi vientre para dejar mis nalgas bien en evidencia.

Tus labios me recorrieron despacio desde la nuca hasta la entrepierna.

Yo sabía lo que ibas a hacer, lo que venía a continuación, y mi respiración se paralizó.

Te levantaste. Me quedé muy quieta, sin moverme, en la posición que tú me habías puesto. Esperaba que volvieras. Sabía que ibas a buscar la cane.

Te colocaste detrás de mí. Pasaste la cane suave por mis nalgas, por mis muslos. Diste un golpe seco al vacío y ese golpe cortó el aire provocando un silbido que yo conocía muy bien. Un silbido al que temía pero que a la vez deseaba.

Mi estómago dio un vuelco.

Te sentí tomar impulso.

Cayó el primer azote justo en el centro de mis nalgas. Sentí el fuego que quemaba mi piel. Me estremecí. Mordí mis labios. Quería gritar pero no debía. Tú no querías. Me lo prohibías siempre. Cerré mis puños esperando el siguiente, y luego el siguiente. Impactos que parecían cortar mi piel. Pero era solo una impresión. Tú sabes manejar la cane y jamás has provocado ni el más mínimo corte, ni la más leve herida en mis nalgas.

Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Me decía a mí misma:

- "Sé valiente. Aguanta hasta el final"

No sabía cuántos iban a ser. Tú no me lo habías dicho.

Fueron 20.Lentos, muy lentos. Bien calculados y con una puntería increíble. Impactaron en diferentes zonas dejando su huella en forma de finas tiras rojas que luego se pondrían violetas.

Entre cada uno de los azotes intercalabas caricias. Pasabas la cane por mi espalda, suavemente, por mis nalgas, por mis muslos. Te acercabas, pasabas tus dedos suavemente sobre cada nueva marca en mi piel. La besaba, y tu lengua seguía su rastro.

Soporté los 20.

Tu excitación iba en aumento, y yo, aún de espaldas podía notarla.

Viniste sobre mí. Me acariciaste las nalgas, las recorriste con tu boca. Sentí el alivio que la humedad de tu lengua provocaba al recorrer mis nalgas y mis intimidades. Nuestro fuego se avivaba...

Te sentí incorporarte un poco y vi tu mano abrir el cajón de la mesilla donde guardabas los juguetes. Vi como seleccionabas uno. Me acariciaste con él la entrepierna y lo introdujiste en mi intimidad principal sin esfuerzo.. Estaba muy húmeda y no te costó trabajo hacerlo.

Supe en ese momento cómo me harías tuya, qué intimidad te reservabas...Lo sabía Sabía que te encantaba poseerme así cuando mis nalgas estaban aún ardiendo tras una azotaina.

Te sentí entrar dentro de mí. Mis nalgas ardían y tus movimientos de va y ven sobre ellas aumentaban mi dolor, pero también mi fuego y tu pasión.

Con una mano movías el juguete que habías introducido en mi otra intimidad, al mismo ritmo y con la misma fuerza con la que tú te movías en la otra.

Yo gritaba. No podía más. Tu silencio envolvía mis gritos. Sentía tu respiración en mi nuca. Sabía que ya... que ibas a explotar de un momento a otro. Cerré los ojos para concentrarme mucho en esa sensación: sentir tu fuego invadirme, inundarme.. Maravillosa sensación no comparable con ninguna de las que he sentido en mi vida hasta que te conocí.

Estallamos a la vez, en una explosión violenta y salvaje que nos transportó a otro mundo y nos dejó a ambos agotados y sin fuerzas.

Cuando nuestros corazones recuperaron su ritmo y nuestra respiración se normalizó, saliste de mí, volviste a girarme hasta dejarme tumbada boca arriba en la cama. Me rodeaste con tus brazos. Nos besamos, y con mi cabeza apoyada sobre tu pecho y protegida por tus fuertes brazos que rodeaban mi cuerpo, fui a reunirme con Morfeo, y a contarle que ni en el mundo real ni en el de los sueños, encontraría nunca una princesa más feliz que yo.
 
 
No me duele recordarte

No me duele soñarte

No me duele vivir lo que he vivido contigo

Sé que me amas como yo te amo a ti.

Sé que me sueñas como yo te sueño a ti.

Sé que sufres esta ausencia como la sufro yo. Pero la vida no es un sueño. Es una realidad cruel que se empeña en mantener separados a los que se aman imposibilantándoles vivir la pasión con la que sueñan y desean.

Sé que, a pesar de que el destino se empeñe en lo contrario, nuestro amor, lejos de disminuir, aumenta cada día.

No te tengo, pero nos vemos en sueños.. En nuestros sueños.

No podemos estar juntos, pero tenemos nuestros recuerdos y la esperanza. La esperanza de que, en la vida, como en los cuentos, al final truinfará el amor. El verdadero amor que todo lo puede y a todo vence.

No tengo nada que reprocharte, y sí mucho que agradecerte. Me enseñaste a amar, y me hiciste sentir amada. La mujer más amada del mundo, y aún hoy me siento así porque sé que me amas, y más que antes si cabe.

No amor mío, no tengo nada que reprocharte, pero... cariño mío....¿Por qué no me enseñaste a poder vivir...... sin ti?
 
 
 
 

FIN
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